La biodiversidad, una responsabilidad compartida

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible recoge la necesidad de proteger la vida submarina con el ODS 14 y la vida terrestre con el ODS 15.

flores campo naturaleza biodiversidad

La pérdida de biodiversidad, uno de los retos del siglo XXI

Hace tiempo que se ha puesto en evidencia que uno de los principales retos de la humanidad en el siglo XXI es la degradación de los hábitats y ecosistemas, y la pérdida de biodiversidad. Se trata de retos con una doble vertiente: por un lado, debe preocuparnos porque compartimos el planeta Tierra con otros seres vivos y tenemos el deber de convivir con él en equilibrio y legarlo en buenas condiciones a las generaciones futuras; y, por otra parte, porque tenemos una dependencia muy grande de la naturaleza, y la pérdida de biodiversidad acaba repercutiendo negativamente en nosotros mismos.

En este sentido, la agenda 2030, a través de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, recoge la necesidad de proteger la vida submarina y la vida terrestre (ODS 14 y 15, respectivamente). Como ocurre en la mayoría de ODS, el hecho de que se puedan alcanzar (o no) depende de la implicación de todos, cada uno desde su ámbito. Se actúe desde donde se actúe, la contribución puede ir desde trabajar para proteger lo que todavía tenemos (intentando evitar nuevas pérdidas), hasta la recuperación de lo perdido, pasando por el estudio, la divulgación y la educación, que son también aspectos imprescindibles porque acaban retroalimentando la protección y la recuperación.

A menudo, se tiende a “adjudicar” a gobiernos y administraciones la casi total responsabilidad en la protección de la biodiversidad. Y es cierto que desempeñan un papel primordial porque pueden condicionar el grado de protección de la naturaleza a través de legislación, planificación, educación, actuación (inversiones) y control para evitar malas prácticas. Pero esto no excluye que desde otros sectores también sea necesario e imprescindible comprometerse con ellos.

Los sectores económicos, por ejemplo, son espoleados -a través del Convenio de Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica, y otros acuerdos internacionales- a realizar acciones para la conservación de la biodiversidad, su uso sostenible y la distribución justa y equitativa de los beneficios de los recursos genéticos. Y esto pueden hacerlo de diversas formas, en función del sector al que pertenezca cada empresa o institución.

En ocasiones puede parecer que si una empresa es del ámbito industrial, poca relación tiene con la biodiversidad, pero nada más lejos de la realidad. Para que una industria pueda trabajar necesita unas materias primas que, por lo general, o bien se extraen de la naturaleza o bien se producen en explotaciones agrarias que inciden directamente en el medio ambiente. También las empresas de servicios en un momento u otro de su ciclo de actividad terminan teniendo alguna relación con el medio natural y la biodiversidad, aunque a menudo no lo parezca.

Por eso, teniendo en cuenta esta dependencia, lo inteligente es incorporar la pérdida de biodiversidad en la lista de riesgos a tener en cuenta a la hora de tomar decisiones.

los colibríes son indicadores de buena biodiversidad


De lo que se trata, pues, es que cada empresa se pare a analizar dónde se producen los impactos sobre la biodiversidad fruto de su actividad; los cuantifique y los interprete; y los incorpore en la toma de decisiones, con el objetivo de llegar a desarrollar la actividad económica sin pérdida neta de biodiversidad o, incluso, con impacto neto positivo (no net loss o positive net impact, respectivamente).

Cualquier actividad económica tiene en sus manos decidir si impacta en positivo o negativo sobre la vida terrestre o la vida marina. En caso de que sea del sector primario, puede llevar a cabo la actividad minimizando su impacto negativo directo; y si es del sector industrial o de servicios, puede poner condiciones en su cadena de abastecimiento, y elegir aquellas empresas que sean respetuosas con el entorno y la biodiversidad. Unos y otros también pueden contribuir fomentando las buenas prácticas (por ejemplo, a través de sensibilización, formación, o incluso incentivos).

Si nos fijamos -a modo de ejemplo- en el caso concreto de la industria agroalimentaria, es evidente que su impacto sobre la biodiversidad depende de cuál sea el impacto de sus empresas proveedoras (sector agrario), que pueden afectar significativamente sobre los hábitats y sobre la fauna y la vegetación. El caso probablemente más conocido es el de la producción de aceite de palma, que comporta talas de miles de hectáreas de bosque, agravando la situación de especies animales en peligro de extinción. Pero no es el único; encontraríamos muchos otros ejemplos, aunque no fueran de tal magnitud.

Las causas de los impactos del sector agrario pueden ser muy variadas. Desde la eliminación de los ecosistemas naturales para incrementar superficie de cultivo; hasta la contaminación y/o agotamiento de las aguas superficiales (ríos, lagos, riegos y balsas); o el uso de plaguicidas y herbicidas que repercuten en la pérdida de biodiversidad (con el riesgo de acabar perjudicando al mismo sector, como es el caso de la disminución de insectos polinizadores afectando a la producción); sin dejar de lado los impactos a menor escala, pero también significativos (como, destrucción de corredores biológicos o de hábitats muy específicos), que cuando se convierten en habituales pueden acabar comportando la desaparición de determinadas especies de aves, anfibios y /o reptiles de una región. Por el contrario, también existen ejemplos contrastados de buenas prácticas en los sectores agrícola y ganadero, a favor de la biodiversidad y de la protección de los hábitats cercanos, que pueden servir como referentes para replicarlos en otros lugares.

Por último, más allá de los sectores económicos y las administraciones, también las personas, a título individual, podemos contribuir a la causa de proteger la vida en la Tierra. En tanto que consumidores, podemos escoger aquellos productos que en todo su ciclo de vida tengan un menor impacto y, en especial, evitar aquellos que ya se haya demostrado que son auténticos generadores de pérdida de biodiversidad. Por suerte, cada vez disponemos de más información, y existen sellos o certificados que nos ayudan en esta elección.

En paralelo, la ciudadanía también puede colaborar con entidades sin ánimo de lucro que tengan el foco puesto en la naturaleza, y que lleven a cabo proyectos de conservación, divulgación y/o estudio. Cada vez son más frecuentes proyectos de ciencia ciudadana que permiten disponer de datos sobre presencia (o no) de determinadas especies de animales y plantas, o sobre la fenología (relacionada con migraciones, impacto de la climatología, etc.), entre otros otros.

Gracias a miles de personas voluntarias, se puede disponer de ingente información que -una vez analizada por la comunidad científica- pone en evidencia el impacto de la actividad humana sobre los ecosistemas naturales y la biodiversidad (ya sea por actuaciones directas sobre el medio o como causantes de la emergencia climática) y nos puede dar pistas sobre cómo mejorar la situación. Asimismo, se incrementa el nivel de sensibilización y compromiso de las personas participantes.

Como dice Jane Goodall, “When nature suffers, we suffer”. Por tanto, si queremos ahorrarnos sufrimientos causados ​​por nuestro maltrato en la naturaleza (de la que formamos parte), cada uno desde su ámbito puede intentar contribuir a reequilibrar la relación entre los humanos y el medio. ¡Es una responsabilidad compartida!